El Atlas de Marruecos: montañas majestuosas

El Atlas de Marruecos es, en realidad, un sistema montañoso que recorre todo el noroeste de África, desde Túnez y pasando por Algeria, a lo largo de 2.400 kilómetros. Su pico más alto es el Toubkal, con 4.167 metros, ya en territorio marroquí. La población del Atlas es mayoritariamente bereber, tanto en este país como en Argelia.

El Atlas separa las costas del mar Mediterráneo y del océano Atlántico del desierto del Sahara y, de hecho, es uno de los factores que provocan la sequedad de este desierto. Se divide en tres macizos principales: el Atlas sahariano, el Atlas telliano y el Atlas de Marruecos o marroquí. Este último, a su vez, se subdivide en varias cordilleras:

  • El Atlas Medio (cota máxima de 3.356 metros, con el Jbel Bou Naceur)

  • El Alto Atlas (cota máxima de 4.167 metros, con el Toubkal)

  • El Pequeño Atlas o Anti-Atlas (cota máxima de 2.712 metros, con el Amalun`Mansur)

Atlas de Marruecos

Marrakech: punto de partida hacia el Atlas de Marruecos

Desde Marrakech, las montañas del Atlas, con su imponente cordillera y sus crestas nevadas, parecen un decorado irreal. Sin embargo, basta recorrer 20 km para iniciar excursiones inolvidables y descubrir la grandeza de los paisajes, siempre nuevos, que esconden estas montañas de Marruecos. Saliendo por el sudeste de Marrakech se atraviesan acogedores pueblecitos bereberes: Aghmat, Dar Caïd Ouriki… Luego sigue una carretera flanqueada por jardines escalonados en terrazas, a lo largo del oued de Ourika, hasta Arhbalou, el mejor sitio para elegir lo que se quiere ver entre tanta variedad.

Atlas de Marruecos

La excursión hasta el Alto Atlas, en Marruecos, ofrece uno de los paisajes más espectaculares de todo Marruecos. En ella, algunos ‘compañeros de viaje’ son las palmeras al borde de la carretera, las quebradas de piedra caliza que se extienden por kilómetros, las colinas llenas de verdor que casi rozan el horizonte, los profundos barrancos cortados por ríos de agua dulce… Aquí también se pueden contemplar aves de caza y más adelante, en la meseta de Tichka, nos podemos relajar en alguno de los muchos hoteles de la zona.

Otra opción es proseguir hacia Oukaimeden (2.600 metros de altura), la célebre estación de deportes de invierno, a tan sólo 74 kilómetros de Marrakech. O bien, admirar Setti Fatma y sus centenarios nogales, para bañarte en las aguas revitalizantes de sus siete cascadas. O (¿por qué no?) seguir hasta Annameure, pueblo de la tribu de los Aït Oucheg, para alquilar allí unos mulos y trepar hasta Djebel Yagour, santuario de la prehistoria marroquí que se enorgullece de sus 2.000 pinturas rupestres.

Hacia el sur, a 47 kilómetros de Marrakech, por la carretera de Taroudannt, en el típico pueblecito de Asni, se practica el trueque de mercancías los sábados, día del zoco. Siguiendo hacia Ouirgane, los paisajes nos evocan los cañones norteamericanos: impresionantes gargantas nos conducen hasta Imlil, pintoresca aldea de montaña. Desde aquí salen las excursiones hacia el Parque Nacional del Toubkal, la cima de todo el Atlas de Marruecos y del norte de África en general. Se puede llegar hasta la cumbre (4.165 metros) o bien hasta los 3.800 metros de altura, donde se extiende la meseta de Tazaghaght, un desierto de piedras tan alto que desde él se dominan las nubes.

Al este de Marrakech se encuentran las cascadas de Ouzoud, entre las más espectaculares del Atlas de Marruecos, donde el agua cae desde más de 100 metros de altura. El oued Méhasseur, sobre el que pasa el puente natural de Imi-n-Ifri (‘puerta del precipicio’ en bereber) cae en cascadas entre enormes rocas, para terminar en el lago de la presa del Aït-Aadel, en un paisaje de colinas rojas descarnadas.

La tercera y última cordillera, el ‘pequeño’ Anti Atlas, han sido siempre las montañas de Marruecos que más desapercibidas han pasado para el turismo, pero han ido ganando popularidad en los últimos años. Aunque está un poco fuera de los caminos, ofrece en realidad lugares fantásticos, con excelentes sitios para practicar la escalada y rincones llenos de paz y tranquilidad. El color rosa de las paredes del monte Tata combina a la perfección con las hermosas aguas que corren desde la sierra, un lugar ideal para relajarse lejos del ajetreo y el bullicio de la ciudad.